viernes, 10 de enero de 2014

Entre Kandy y Sigiriya haciendome a los habitantes


De camino a Kandy













Recapitulemos. El último día nos quedamos en Kandi, luego ya han pasado dos días desde entonces.
Kandi es un pueblo que aunque sea de montaña parece una gran ciudad, bastante cultural y todas las edificaciones se encuentran integradas en el paisaje, todas rodeadas de vegetación. Este día podemos decir que dormimos en la mejor guesthouse hasta ahora, en ella nos pidieron una fianza de 500 rps, lo que vienen a ser 2.50 Euros. Más adelante seguiremos hablando sobre este tema.
 










La casita tenía una terracita que daba al río y a la mañana siguiente pudimos ver a las mujeres limpiando la ropa en él. Cuando lo ves parece una imagen muy idílica y romántica que nos evoca tiempos pasados. Pero cuando uno analiza bien lo que vé, resulta ser un montón de agua sucia que cae río abajo y que todo el mundo va reutilizando para dios sabe qué. Y es que mejor no pensarlo mucho porque resulta que ese río seguro que es el que vimos un poco turbio desde el tren el día anterior. Ayer pude ver como uno de los aldeanos que viviría junto a la vía del tren se estaba lavando en él.
Volvemos a lo de la fianza. Esa misma mañana cuando dejamos la habitación se despidieron de nosotros sin más y sin hacer amago de recordar de devolvernos la fianza. Está claro que ese dinero no me sacará de pobre pero con esta historia os quiero mostrar un poco el tipo de gente que vive por aquí. Bárcenas al lado de esta gente casi que parecería un santo. Entonces es cuando me acuerdo de cuál es la razón por la que salí de España y me cago en la leche… siento que haya metido la pata hasta el cuello.

 













 De Kandi subimos en autobuses de cuando la I guerra mundial (ma o meno) hasta Sigiyaa, una ciudad antigua cuya atracción turística es una roca de unos 200 mts de alto.
El autobús despacito despacito fué llegando a su destino. Me río de la línea 10 que va a Principe Pio a las 8 de la mañana.
Por fin llegamos a una guesthouse muy mona, en construcción. Tenían una habitación lista y 4 más en proyecto. Este lugar será espectacular cuando lo terminen. Se encuentra situado junto a unos campos de trigo que se pueden ver a través de unos troncos de palmeras inmensas. Al atardecer los monos van a comer a un árbol que hay a 10 metros de la habitación donde nos alojamos. Es todo un espectáculo.
Nos fuimos a cenar y paramos en el primer sitio que pillamos. El hombre que nos atendió tenía muchas ganas de conversar y mientras que yo degustaba la primera comida decente desde que llegué ( noodles con sus salsas estupendas) él se dedicaba a mirarnos inquieto esperando la ocasión para entablar conversación. Así que empezamos a hablar y acabó por darme el teléfono de su sobrino que trabaja en el restaurante de un gran hotel en Golg, una ciudad del sur. Aparentemente yá tengo mi primer contacto. El hombre resultó ser una persona encantadora y por fín me sentí a gusto en este lugar.

Hoy fuimos a visitar los restos de la ciudad de Sigiya sobre la gran piedra, que por cierto no creo que se pueda escalar muy bien. Hoy hacia mucha humedad, de hecho llovió y con la temperatura se hacía poco agradable el tacto con la piedra. En jerga de escalador esto vendría a describirse como que “la piedra babeaba”.



La cuidad es curiosa, con unos accesos acondicionados para los turistas pero que según se puede apreciar en la roca, los antiguos agarres y escaleras de la roca tallados en ella harían de cualquier habitante de esa ciudad un auténtico escalador.
Y desde arriba las vistas son increíbles. Miles de kilómetros de tierras cubiertas por miles de árboles tropicales.






                      Elefante hasta las pelotas de dar paseitos a los guiris que               se  tambalean arriba con cara de babuinos. 
         
                                  



La sorpresa vino por la tarde. Jorge y yo estábamos ilusionados porque íbamos a visitar un safari. El dueño de la guesthouse donde estábamos alojados nos lo vendió muy bien y a buen precio (aparentemente) y por eso nos animamos. Recorrimos en camioneta 45 min por carreteras en medio de la selva para acabar en la puerta del safari rechazando comprar los tickets de entrada que el chico “se olvidó” comentarnos que teníamos que pagar por entrar, aparte de lo que ya pagamos. Empiezo a pensar que la mayoría de los habitantes de por aquí van un poco de ese palo y estoy hasta las narices.
El guía del safari al que no entramos al sentirse un poco mal por lo ocurrido nos llevó a otra reserva donde no era necesaria la compra de ninguna entrada. La fotografía de la izquierda (con el mayor zoom que teníamos) documenta lo que vimos.

Hemos acabado finalmente en el pueblo de Polonnawura, perdido de la mano de dios con más mosquitos que habitantes en china, parecen porta aviones. Además creo que por aquí el dengue es un poco frecuente. En este pueblo de mala muerte aún tienen la cara de presentarnos un menú en ingles con los correspondientes precios para turistas. Y pasa igual con todo, tanto en las ruinas de Sirigilya como en el safari, tenemos derecho a precios diferentes. No me extraña nada que este país esté en alza ya que los raudales de billetes que entran aquí por los extranjeros son incontables. Hemos podido ver por todas las carreteras unas casitas preciosas en el campo con sus colores, plantitas y gallinitas que a más de uno nos gustaría tener ahí en españa. Aqui la población no parece que pasen calamidades como en nuestra españa de hoy (me cuesta escribir por el momento españa con mayuscula, no se lo merece).
En fin, es todo por hoy. Espero poder contar mas agradables la próxima vez.



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